Sinopsis: Hay que contar a Claudio de la Torre entre los primeros escritores de un teatro que amenazaba seriamente con la renovación real de la escena española (falladas en general las tentativas del 98) en los años de la República (Lorca, Alberti, Aub, Casona, Miguel Hernández…) y que fue “roto”, digámoslo así, por la Guerra Civil: aquí un muerto, allí un exiliado (exterior o interior), por allá un acomodado a las exigencias del teatro burgués y mercantil... Y ello se olvida frecuentemente, yo no sé por qué. ¡Autor, en efecto, muchas veces olvidado o medio borrado en las, por otra parte, casi muy cuantiosas nóminas de nuestro (?) teatro! Pero, además, Claudio de la Torre —fino, delicado escritor— ha escrito y hecho un teatro notabilísimo, incontaminado del virus mercantil y estéticamente inconforme, después del diluvio... No hay, en efecto, muchas obras como su Hotel Términus o su Tren de madrugada en la lista de lo producido en España en los últimos treinta años.

Sinopsis: Entre las grandes fi guras que nuestra provincia ha aportado a la literatura nacional en estos últimos treinta años fi gura Claudio de la Torre en lugar prominente. En Claudio de la Torre coexisten un buen poeta, un excelente novelista y un magnífico dramaturgo. PEDRO PERDOMO ACEDO (1957) Claudio de la Torre ha ejercido siempre una especie de magisterio espiritual, dentro del círculo de sus amigos más próximos. Escuela de buen gusto, de buenas letras, de buena conversación, su casa del Viso ha sido siempre una especie de Academia breve, tanto de la literatura como de la amistad. JOAQUÍN CALVO SOTELO (1970) Lo he dicho en otro lugar: de la primera parte de su Tic-tac heredó algo mi Historia de una escalera. Maestro, pues, lo ha sido en el teatro, de mi teatro. Y también, seguramente, del de otros autores, antes y después de mí, a partir de la irrupción en nuestra escena de aquella obra, que hizo tambalear muchas cosas. ANTONIO BUERO VALLEJO (1970)

Sinopsis: CLAUDIO DE LA TORRE. UN AUTOR PARA quien —él mismo lo advierte— descubrir su vocación teatral no supuso demasiadas «privaciones heroicas»: «dado el ambiente en el cual me crie, no podía ser otra cosa sino escritor» —afirma, sin dudarlo un instante. Un autor, desde un primer momento, orientado hacia el teatro. Si bien no solo como dramaturgo; su larga trayectoria en la dirección escénica, sus numerosas adaptaciones y colaboraciones con otros escritores, nos obligan a verlo como un autor en el teatro; aun cuando no sea nada menor, y sí muy original, su presencia en la narrativa española de la época. Un autor en el teatro. Sin perder de vista algo que considero primordial: Claudio de la Torre escribe y hace teatro en la España que va desde 1918, final de la primera guerra mundial, hasta 1970, cuando nuestra larga posguerra civil atisba ya su final irremediable. Pero, entiéndaseme: con esta referencia cronológica no trato de encuadrar históricamente a nuestro autor y su obra, para dejarlo en su sitio y facilitar su lectura; más bien, quisiera dejar sentado —como principio— que, desde ella, Claudio de la Torre contesta, precisamente, al teatro que, en ese largo medio siglo, se escribe (y se representa) en España: obras y autores, con los cuales se ha fijado el canon de nuestro teatro contemporáneo que —con muy escasas variantes— se considera, todavía hoy, referencia indiscutible...

Sinopsis: Este segundo volumen de la narrativa de Claudio de la Torre es quizás uno de los tomos más significativos de la narrativa canaria, pues contiene dos obras maestras casi desconocidas: Alicia al pie de los laureles (1940 y 1954) y Verano de Juan << el Chino>> (1971), y, sin embargo, pocas obras encontraremos con la calidad y la significación de estas dos, pocas tan cargadas de intenciones estéticas y pocas también tan bien hechas. Los motivos de este desconocimiento habrá que buscarlos en factores extraliterarios, obviamente infundados; la calidad literaria, narrativa y artística de estas obras merecen una consideración que aún no les ha llegado y, con ella, la obligada restitución a uno de nuestros máximos representantes literarios del siglo XX, dentro y fuera del territorio insular. Un reconocimiento que le habrá de llegar porque es de justicia que la actividad literaria, que la creación, sea reconocida como tal por lo que es en sí, al margen de épocas, movimientos, generaciones y otros factores extraliterios que poco tienen que decir con el poder intrínseco de la palabra. Quizás la única y verdadera función de un escritor sea la de crear un mundo nuevo a través de las palabras, trabajar el lenguaje para crear una morada que le permita su supervivencia. En Claudio de la Torre convergen dos situaciones particulares, su condición de insular que habita territorios ajenos y la de creador que se desenvuelve en una época de extrañamientos en la que los escritores deambulan entre las nuevas opciones que pretenden dar respuesta a ese mundo que se desvanece y buscan alternativas que hagan visible ese nuevo mundo.

Sinopsis: Entre las grandes figuras que nuestra provincia ha paortado a la literatura nacional en estos últimos treinta años figura Claudio de la Torre en lugar preminente. En Claudio de la Torre coexisten un buen poeta, un excelente novelista y un magnífico dramaturgo. PEDRO PERDOMO ACEDO (1957) Ignoramos si debido a sus raíces canarias, a su educación -inicialmente británica y orientada a una carrera técnica-, o bien gracias a una particular intuición de las condiciones del género [...] Claudio de la Torre sin renunciar en nada a sus excepcionales calidades de prosista, sin dejar de envolver tipos y sucesos en un aura de estremecida o delicada poesía -con lo cual no los desrealiza, sino que confirma y ratifica su honda verdad-, ha sabido nutrir sus relatos de dramática contenido humano, enriquecerlos con luminosas vivencias, estructurarlos con hábil y sorprendente trama argumental; ha escrito, en definitiva, novelas, cuando casi todos ensayaban algo amorfo, trenzado de descripciones, ensayos psicológicos, narración fragmentada y formalismo de azulejos metafóricos. EUGENIO DE NORA (1960) Claudio de la Torre ha rendido viaje volviendo al origen; pero no para reconocer al individuo que iniciara tiempo atrás su itinerario vital, no para dilucidar -desde una discreta distancia- las claves de un mundo afín y próximo en el tiempo, sino para remontar esa historia e ir al comienzo, a la razón primera de la misma, principio que acabará por dar sentido a las dos exploraciones anteriores. JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN (1989)